Miércoles 11 de noviembre de 2009, dicho así, parece una fecha importante aunque sea un día más de una semana cualquiera. Me levanto a las 6:45 a.m., el despertador lo pongo para ir sobrada pero siempre me pasa lo mismo, al final salgo medio vestida y como si me hubiesen metido un cohete por el culillo. Llego a mi destino, el corazón se me va a salir del pecho y los pulmones los tengo en la boca. ¡Qué pechá de correr me he dado más tonta! ¡Pero lo conseguí!, he llegado a mi hora, incluso me da tiempo a fumarme un cigarrito (lo más apropiado para el estado en que se encuentra mi cuerpo). Entro a clase y de nuevo, como cada mañana, en busca de la primera fila (no penséis que soy una empollona, es que con mi edad empiezan a fallar sentidos imprescindibles para la recogida de información), una vez conseguido el objetivo, comienza el ritual: primero quitarse el bolso, después la chaqueta (la llevo si hace frío) y colocar un libro, carpeta u otro tipo de accesorio en las sillas situadas a cada lado de la mía, para guardárselas a las amigas, sobre todo a Merche (ella tiene los mismos achaques que yo). Seguidamente, me voy a la puerta a esperar, ¡qué tontería, si sólo falta un minuto!, pienso, así que me meto de nuevo en clase y cuando llego a mi sitio… la lista o listo de turno se ha sentado en una de las sillas reservadas: «perdona este sitio está guardado», le digo con educación pero con tono irritado y la criatura me contesta: «aquí no había nada cuando llegué». Empiezo a buscar el libro que dejé y para mi sorpresa está en el suelo. Al final, como cada día, comienza mi aventura con la misma cara de idiota.miércoles, 11 de noviembre de 2009
MICRORRELATO
Miércoles 11 de noviembre de 2009, dicho así, parece una fecha importante aunque sea un día más de una semana cualquiera. Me levanto a las 6:45 a.m., el despertador lo pongo para ir sobrada pero siempre me pasa lo mismo, al final salgo medio vestida y como si me hubiesen metido un cohete por el culillo. Llego a mi destino, el corazón se me va a salir del pecho y los pulmones los tengo en la boca. ¡Qué pechá de correr me he dado más tonta! ¡Pero lo conseguí!, he llegado a mi hora, incluso me da tiempo a fumarme un cigarrito (lo más apropiado para el estado en que se encuentra mi cuerpo). Entro a clase y de nuevo, como cada mañana, en busca de la primera fila (no penséis que soy una empollona, es que con mi edad empiezan a fallar sentidos imprescindibles para la recogida de información), una vez conseguido el objetivo, comienza el ritual: primero quitarse el bolso, después la chaqueta (la llevo si hace frío) y colocar un libro, carpeta u otro tipo de accesorio en las sillas situadas a cada lado de la mía, para guardárselas a las amigas, sobre todo a Merche (ella tiene los mismos achaques que yo). Seguidamente, me voy a la puerta a esperar, ¡qué tontería, si sólo falta un minuto!, pienso, así que me meto de nuevo en clase y cuando llego a mi sitio… la lista o listo de turno se ha sentado en una de las sillas reservadas: «perdona este sitio está guardado», le digo con educación pero con tono irritado y la criatura me contesta: «aquí no había nada cuando llegué». Empiezo a buscar el libro que dejé y para mi sorpresa está en el suelo. Al final, como cada día, comienza mi aventura con la misma cara de idiota.